La onda expansiva de una explosión arroja a un grupo de chicos muertos por asfixia contra un muro. Así comienza Represalia, de Gert Ledig. Después de acabar la lectura vuelvo a esas primeras líneas, que tanto me habían impactado, y me parecen, por contraste, menos duras.
Los cuerpos que atraviesan la novela son bruscamente
seccionados, aplastados, quemados, o se pudren en el hervor de las infecciones.
Pero el martirio de la carne no es lo más doloroso. La degradación moral toma
la avanzada. No hay compasión ni para los del propio bando. Una chica atrapada
entre escombros resulta violada por el hombre que ha caído junto a ella. Un
conjunto de soldados borrachos maltrata por diversión a un padre desesperado
que busca a su hijo. Es el tiempo del lobo.
El estilo no es particularmente destacable. Algo más de una
hora se alinea en sucesos narrados a lo largo de 200 páginas, ni una de
respiro. Sebald habla de “staccato”. Recuerdo haber pensado -y quizá lo haya
escrito- “leo como si yo misma estuviese bajo metralla”. Pero no es en el
estilo donde está la fuerza del libro.
En el epílogo a las conferencias de Zurich sobre guerra
aérea y literatura reunidas en Sobre la
historia natural de la destrucción, comenta Sebald que Represalia fue “un texto que traspasaba los límites de lo que los
alemanes estaban dispuestos a leer sobre su propio pasado” y es por eso que fue
rezagado y olvidado. Cuenta Volker Hage en el Posfacio que después del suceso
de su primera novela Ledig no esperaba la mala acogida que tuvo Represalia, tanto por parte de la
crítica como del público. “El Badische
Zeitung”, añade Hage, “expresó con claridad la causa del rechazo de la
novela: diez años después de la guerra, el lector rechazaba descripciones ‘en
las que se echa de menos cualquier trasfondo y visión metafísica de orientación
positiva’”. Aparecen algunos gestos de
compasión, sin embargo, -una frazada cae sobre los hombros de un enemigo medio
muerto a golpes, un soldado se expone a las llamas por rescatar a una anciana-,
pero no alcanzan para paliar el desánimo.
Sebald dijo que era “un libro dirigido contra las últimas ilusiones”. Me
parece una buena razón para leerlo.
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