jueves, agosto 23, 2012

La tierra firme

En el cuarto relato que compone Vértigo, “Il ritorno in patria”, Sebald narra la historia de un cazador, Hans Schlag, extranjero en un pueblo donde todos se conocen. Leemos que antes de recalar en el cargo administrativo que ahora ocupa le fue encomendado un coto de caza en la Selva Negra. Schlag, hombre apuesto, de cabello y barba oscuros y “ensombrecidos” ojos, no habla con nadie pero mira a una, a la hija del posadero, con la que, por así decir, un día se traba en amores; otro día aparece muerto en el fondo de un cañón. No se aclara la muerte del hombre oscuro. El narrador recuerda haber visto el cadáver, de aspecto tan plácido que “se hubiera podido creer que Schalg solo se había quedado dormido”. Pero el lector de Vértigo ha transitado un paisaje similar. En el relato anterior, “Viaje del Dr. K. a un sanatorio de Riva” se vuelve a contar la desventura del cazador Gracchus, inolvidable personaje de Kafka. Este cazador, que se ha despeñado hace un tiempo incontable, mientras perseguía una gamuza en la Selva Negra, deambula a la deriva desde entonces en su barca, sin poder tocar más tierra firme que ésta, temporal. La del puerto de Riva, por caso. El final, o más bien el punto donde Kafka interrumpió su relato, inconcluso, no puede leerse sin estremecimiento. Gracchus, ante la pregunta del alcalde acerca de si se va a quedar un tiempo en la ciudad, le responde: “Estoy aquí, no sé más; no puedo hacer otra cosa. Mi barca carece de timón, viaja con el viento que sopla en las regiones inferiores de la muerte”. Al decir esto, Gracchus ha apoyado una mano sobre una rodilla del alcalde. Es un gesto conmovedor: un ruego por ser comprendido. No se especifica cuál es la culpa que parece estar purgando. “Pero como es el Dr. K. quien se ha inventado la historia, me temo que el sentido de los incesantes viajes de Gracchus, el cazador, reside en la expiación de un anhelo de amor que siempre apresa al Dr. K.”, ensaya Sebald. Quizá por eso no pude dejar de imaginar en este punto a Kafka con una mano sobre la rodilla de Felice, mientras le explica que aunque fantasea a veces con la vida de casados no puede incurrir en el matrimonio, que no habrá más tierra firme para él que la que encuentre en la muerte.

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