lunes, septiembre 24, 2007

El misterio del arrullo

“Soy traductor y estudioso”, dijo O’Jaral.
“¡Traductor! O sea: intérprete. Aj.” “Bueno, también podría decir: imitador profesional de estilos.” “Mire, no la embarre más. Las dos cosas son lo peor del mundo. Aunque si de veras conoce las palabras, de algo podrá servirnos”.
[…]
O’Jaral se sentó en el suelo. Entre largos sorbos de agua, en voz baja, con las pupilas duras, dijo: “No habrá perdón para el que desprecie a los traductores. El vulgo no lo sabe ni lo saben los falsos sabios, pero si todo es lenguaje, si nada es real, nada es traducible o todo es traducible. El traductor ha aprendido que siempre es cuestión de traducir la primera frase de un escrito; si lo consigue, las habrá traducido todas. Que quede claro. A la hora de ganarse las lentejas, un traductor puede ser un mercenario, pero en su esencia es un intérprete universal. Lo mismo traduce entre idiomas que de un sistema simbólico a otro. Un traductor de verdad es un develador de misterios.”

Marcelo Cohen, El testamento de O’Jaral

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