Hace un tiempo, cuando retomé el blog, hablé de diario disperso. No soy, por lo que se lee, consecuente. Pensaba en anotaciones más o menos cotidianas, pero apenas menciono alguna película o libro. Lo de siempre. (Pero no, como alguien dijo, quizá yo misma, "nada personal". Eso también es personal. Son íntimas las lecturas). Ralearon las publicaciones. Nada estos últimos meses salvo el sueño de un sueño. Y está bien así.
Internaron a papá en abril y murió en junio. Lo vi desintegrarse. Hoy, hace un rato nomás, me desperté con el recuerdo nítido del timbre exacto de su voz. No es, en esos momentos, que lo extrañe, sino que me extraño. Desperté y me pareció absurdo que no estuviera más su voz en este mundo, que solo en grabaciones pudiera escucharla. Su ausencia me asombra como el cono de material inaudito. Quiero decir: su ausencia es como una presencia imposible.
El día que lo llevaron al hospital salí de raje y no llevé qué leer. Como después de la urgencia las horas se alargan fui al kiosco de diarios por un libro. Página 12 había sacado La virgen cabeza, de Cabezón Cámara. Lo llevé y en la espera leí, en la primera página: "Todo lo que is born se muere". Y después de ese título como un cuchillo, el tajo: "Pura materia enloquecida de azar, eso, pensaba, es la vida".
martes, octubre 16, 2018
domingo, septiembre 09, 2018
Espejo
A través de la madrugada, insomne, sueño: leo Solenoide, de Cărtărescu. Dejo el libro, no me deja. O soy yo que me demoro en emerger. La casa está en penumbras, el contrapunto de durmientes acentúa el silencio, la heladera murmura su queja en la cocina. No hay más. Ubico mi banco azul ante el espejo, me siento dándole la espalda, dejo caer la cabeza hacia atrás, rezo: “El señor de los sueños, el gran Isachar...”.
viernes, marzo 16, 2018
Weinberger
Una historización del racismo que oprime el esófago; usos y costumbres del roedor atroz que oye ecos de la matanza de otra especie en Somalía; una colección de rumores sobre la India hacia 1492; el andar sinuoso del tigre en la literatura; la memoria, la huella de lo olvidado, también el recuerdo de lo que no vivimos pero intuimos que fue; el registro de la percepción del azul a través del tiempo y de lo que se designa con esa palabra y no es un color; la figura del vórtice y la vorágine en los escritos de Pound, un maestro hindú que resulta ser oriundo de Baltimore, Yeats, Empédocles, Anaxágoras, Sócrates, Simplicio, Lucrecio, Aercio; la lengua y en particular la poesía china (en traducciones tan disímiles que quizá lo que llega a Occidente sea poco más que un malentendido) y su influencia sobre la estadounidense; las ficciones tras los filmes etnográficos; la fotografía antropológica, que retrata mejor al fotógrafo; una ristra de títulos de libros inconcebibles.
Tomé muchas notas mientras leía Las cataratas, de Eliot Weinberger, pero desisto de dejar más comentario acá que esta enumeración de temas y una conclusión: el ser humano, cuando no es tristemente absurdo, es cómicamente ridículo.
Tomé muchas notas mientras leía Las cataratas, de Eliot Weinberger, pero desisto de dejar más comentario acá que esta enumeración de temas y una conclusión: el ser humano, cuando no es tristemente absurdo, es cómicamente ridículo.
viernes, febrero 16, 2018
Hacha
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jueves, enero 11, 2018
Stoner
¡Qué calor feroz! Me despierto pensando en Stoner y como siguen durmiendo acá me levanto a escribir algo, como para sacarme de encima lo que me ronda, no solo ideas sino palabras, contantes y sonantes como monedas ("flamígera", por ejemplo), pero antes tengo que encender el aire acondicionado.
Hace rato ya me habían recomendado que leyese Stoner, de John Williams. Estuvo acertada la recomendación, me gustó. La historia es la de una extendido fracaso, llano y con pendiente, hacia abajo, claro, a lo largo de una vida. A lo largo, sí. A lo ancho, hay algunos accidentes. El amor, sobre todo, a una mujer, a la hija.
William Stoner nace y se cría en una granja de Missouri. Es árido, duro y terroso como el medio que lo malnutre. Hijo único de un matrimonio de sufridos granjeros está condenado a la herencia de ese destino. Al padre se le cruza uno que le habla de estudios de la tierra y ahí va el hijo a estudiar agronomía en la universidad. La currícula incluye un curso de literatura, como parte de saberes generales que debe portar un graduado, aunque se especialice en agricultura. Ahí se topa Stoner con lo que él es y no sabía que era. Flamígera, la literatura lo flambea. Lo galvaniza. El descubrimiento le tuerce una vida que era como ya vivida. Le tapa el surco. Cambia de carrera, se vuelve profesor. Su transcurrir por la enseñanza es opaco. Muere y pocos lo recuerdan.
Esto está contado en el primer párrafo de la novela así que uno ya sabe que se adentra en una vida lisa y gris. Si la historia conmueve es en parte por esto mismo. Nada se espera, nada sucede. Pero el que ama los libros comprende cómo pueden variar una condición, como un injerto en el adn.
En cuanto al fracaso y el éxito, son, más que relativos, parejamente inanes. Eso también es una decantación del texto.
La semana pasada, una tarde tórrida como seguramente será la de hoy, estábamos con Ever hablando de este libro, mientras los chicos se ensopaban en la pelopincho. Mateábamos en el parquecito de Haedo. Le comentaba que no me gustaba el estilo, no por lo parco, sino por el estorbo de las repeticiones. Quizá el original también las tuviera pero no molestase tanto ese repiqueteo. Me dijo que había notado lo mismo y que, por esta vez, le había parecido mejor la traducción española. Más tarde le mandé por WhatsApp una foto de la primera página que leí al llegar a casa y parecía venir a ilustrar lo que habíamos conversado. "Me gusta la historia, me lleva, aunque es una pena que haya que andar así como pateando tachos", le dije.
Igual vale la pena leerla, en cualquier traducción.
Hace rato ya me habían recomendado que leyese Stoner, de John Williams. Estuvo acertada la recomendación, me gustó. La historia es la de una extendido fracaso, llano y con pendiente, hacia abajo, claro, a lo largo de una vida. A lo largo, sí. A lo ancho, hay algunos accidentes. El amor, sobre todo, a una mujer, a la hija.
William Stoner nace y se cría en una granja de Missouri. Es árido, duro y terroso como el medio que lo malnutre. Hijo único de un matrimonio de sufridos granjeros está condenado a la herencia de ese destino. Al padre se le cruza uno que le habla de estudios de la tierra y ahí va el hijo a estudiar agronomía en la universidad. La currícula incluye un curso de literatura, como parte de saberes generales que debe portar un graduado, aunque se especialice en agricultura. Ahí se topa Stoner con lo que él es y no sabía que era. Flamígera, la literatura lo flambea. Lo galvaniza. El descubrimiento le tuerce una vida que era como ya vivida. Le tapa el surco. Cambia de carrera, se vuelve profesor. Su transcurrir por la enseñanza es opaco. Muere y pocos lo recuerdan.
Esto está contado en el primer párrafo de la novela así que uno ya sabe que se adentra en una vida lisa y gris. Si la historia conmueve es en parte por esto mismo. Nada se espera, nada sucede. Pero el que ama los libros comprende cómo pueden variar una condición, como un injerto en el adn.
En cuanto al fracaso y el éxito, son, más que relativos, parejamente inanes. Eso también es una decantación del texto.
La semana pasada, una tarde tórrida como seguramente será la de hoy, estábamos con Ever hablando de este libro, mientras los chicos se ensopaban en la pelopincho. Mateábamos en el parquecito de Haedo. Le comentaba que no me gustaba el estilo, no por lo parco, sino por el estorbo de las repeticiones. Quizá el original también las tuviera pero no molestase tanto ese repiqueteo. Me dijo que había notado lo mismo y que, por esta vez, le había parecido mejor la traducción española. Más tarde le mandé por WhatsApp una foto de la primera página que leí al llegar a casa y parecía venir a ilustrar lo que habíamos conversado. "Me gusta la historia, me lleva, aunque es una pena que haya que andar así como pateando tachos", le dije.
Igual vale la pena leerla, en cualquier traducción.
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