Fabi se fue a vivir a Bruselas hace menos de un mes. Lo
agarró el centenario del nacimiento de Cortázar en su ciudad natal. Me cuenta
que hoy la embajada argentina organizó un homenaje. Era al aire libre y llovía. Terminaron amuchados bajo el toldo de un bar.
Una actriz relataba un texto de Cortázar y tocaba el charango. Color local, le
digo, más conveniente el charango que la trompeta, el folklore que el jazz.
Leyeron el “Discurso del oso”. Formaron figuras con libros, bajo la lluvia.
Antes tuvieron que poner cada uno en una bolsita. Al oso de las cañerías lo
hubiera divertido tanto empecinamiento, pienso. Parece que Bruselas es una ciudad
particularmente lluviosa, al menos en este verano en declive. Recuerdo un olor imaginado, el del cuello del
abrigo mojado por la lluvia en el capítulo 23, en
el que Oliveira se dice lo que nos seguimos diciendo: “Sólo viviendo absurdamente
se podría alguna vez romper este absurdo infinito”.
martes, agosto 26, 2014
viernes, agosto 22, 2014
lunes, agosto 18, 2014
Poniente
Leo la descripción de un poniente y recuerdo que hace unos
días Pablo habló de una luna poniente (“Hermosa luna poniente en el cielo
claro de la mañana”). Una luna poniente es algo escandaloso, se me ocurre
ahora. Por lo general el sol está implícito, se omite mencionar al actor en el
acto. El adjetivo se sustantiva: se habla de “poniente” por “atardecer”. ¿Cae la
luna en el cielo? Bueno, sí, traza un arco, pero no se llega a ocultar como el
sol tras el horizonte, sino que se borronea y funde en, como bien dice Pablo,
el cielo claro. El astro que la hace brillar de noche la opaca de día. Podría
decirse que la luna se pone en la luz solar. Por eso digo que la idea de una
luna poniente es escandalosa: parece usurpar el atributo del que la alumbra.
Consideraciones vanas, banales,
evanescentes. Uf. Vayamos a lo leído.
“El poniente está desparramado por las
nubes sueltas separadas que hay en todo el cielo. Reflejos de todos los
colores, reflejos blandos, llenan las diversidades del aire alto, boyan
ausentes en los grandes pesares de la altura. Por sobre las cimas de los
tejados que se yerguen, mitad en color, mitad en sombras, los últimos rayos
lentos del sol que se va toman formas de color que no son suyas ni de las cosas
en que se posan. Hay un gran sosiego sobre el nivel ruidoso de la ciudad que
también se va serenando. Todo respira más allá del color y del sonido, en una exhalación
honda y muda”. Del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa.
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