El recuerdo trae desde el pasado e instala o impone acá, ahora, algo del aire detenido, el clima hipnótico que flotaba en las clases de Viñas, la emoción de algunas horas. Repito un fragmento de una anécdota contada en una clase irrepetible de “Problemas de la literatura argentina” el 18 de agosto de 1995:
Sacaron una foto, “una sola foto”, dijo ella, muy opaca la voz. Subió un periodista a una silla, sacó una fotografía, después dispusimos las boletas arriba de la mesa, salió la presidenta de mesa, salió la fiscal peronista, salió el vigilante. Entró el General, estaba esa mujer, esta mujer. Estaba el General, estaba mi mirada, ella tenía que quedarse sola para elegir la boleta. Entonces él le dijo: “¿Te apago la luz de arriba, China?”
Salimos, ahí quedé frente al General y atrás estaba el friso de los ministros -estaba Ivanesevich-, parecía una de esas películas soviéticas, donde están los cortesanos hablando en voz baja uno al lado del otro, un cuchicheo allá al fondo, acá silencio, allá espera, un minuto habrá sido, golpeó la puerta el General, abrió, entramos.
Nuevamente subió a una silla el único fotógrafo, la presidenta de mesa sostuvo la urna, ella depositó el voto, hubo un congelamiento narrativo para servir al fotógrafo, ¿sí? “Ya, ya”, creo que fue la única palabra que se dijo. Fuimos saliendo, fueron saliendo, nuevamente se sentía más fuerte el zumbido de las voces de este friso de grandes alcahuetones, ministros y demás.
Y fuimos saliendo, el vigilante con la urna, como si llevara el santísimo, la presidenta de mesa, la fiscal, por un largo corredor, saliendo de esa zona cortesana, sacrosanta, más bien abyecta y señorial. Cada una de las puertas al costado se iba abriendo con médicos y enfermeras que aparecían y se asomaban delante de la urna que llevaba el vigilante.
Salimos al hall del piso de abajo, llovía mucho, mucho, ¿sí? Todo eso había quedado atrás, la cosa cortesana, el silencio. La lluvia afuera, el auto detrás de las rejas. Como en un travelling cinematográfico íbamos detrás del vigilante que llevaba la urna donde había puesto su voto Eva Perón. A los costados del camino, mujeres arrodilladas como las de Plaza de Mayo, con pañuelos, en el barro, levantaban el brazo para tocar la urna, como una imagen de una novela de Tolstoi. Tocar la urna, nada más. Llovía, llovía, hasta que tomamos el auto.
6 comentarios:
estoi hojeando Un dios cotidiano en una fea edición de CEL del 68...a ver si da para decir algo...
"Tocar la urna". "Urna" suena siniestro ahí... Abrazo, Vero
Sí, esto merece ser un cuento, que no envidiaría nada al otro sobre Evita, el de Walsh. Es impresionante la presencia del fotógrafo, que se vuelve un cronista de la muerte, la que no puede ser fotografiada (y esa curiosidad del banquito es memorable). También es imaginarlo a Viñas fumando hondo, inflamando su imaginación, tomándose una eternidad para construir los detalles. Nos mete un cuento: hasta podría decirse que Viñas jamás estuvo ahí, porque ahí no puede estar nadie, como su cuento bien lo indica. Estuvo y no estuvo. Y sin embargo ahora parece que ahí está, ¿no?. Es increíble como iría uno a extrañar hasta a un viejo, que se supone que cualquier día puede dejarnos. Y será que siempre apareció tan vital, por eso mismo será, me doy por toda explicación.
Si lo recuerdo más como profesor (lo tuve en dos materias, Literatura Argentina I y Problemas -en mis tiempos (aquellos, muy aquellos de tan lejanos) se la llamaba así, "Problemas", no se había creado todavía la cátedra de Problemas de Literatura Latinoamericana, la única "Problemas" era la de Viñas-) es porque lo tengo poco leído. Vivir es juntar deudas. Apenas leí ése que dice K, porque estaba en casa de mis viejos, a los 12 o algo así -quién sabe lo que habré entendido del libro-, guardo el recuerdo borroso de una charla con mamá, ella se había entusiasmado más que yo; Dueños de la tierra fue otro; y el imprescindible Literatura argentina y realidad política, ya en la facultad, uno de esos que periódicamente debía sacar de la biblioteca de Puán. Así que contá nomás, K, quizá relea, esa edición que tenés de Centro Editor es la que estaba en casa de mis viejos y ahí debe seguir estando.
Así es, Pablo, una urna puede guardar entre otras cosas votos y cenizas. Cerca de una mujer muy enferma cobra ese sentido siniestro.
Ah, pensé eso mismo, Carlos, que conforma un excelente cuento, y eso que no lo puse entero por no "dar largas" (?). Qué gusto me da que algo de ese aire del que hablo te haya llegado también, haya soplado para tu lado. Como decís, como intuís, se tomaba su tiempo, desgranaba el recuerdo con esa voz cascada de cigarrillo y de años. En el comienzo del relato que no repetí explica por qué debía estar él, debía haber un representante de cada partido para controlar que no faltase ninguna boleta. Lo de tu percepción sobre esa mujer da en el blanco también: no fue inocente que la mentase así, "esa mujer, esta mujer". La clase de ese día era sobre Rodolfo Walsh.
¿Qué preparó, compañera?
Ni bien me enteré, me acordé de vos. Un beso, Vero.
¡Fander! ¿Cómo te acordaste de eso? "¿Qué preparó...?" Debo haber tartamudeado un poco, midiéndole el porte, los bigotazos. Pero sonreía y achinaba los ojos. Qué tibieza ese recuerdo, gracias. Besos.
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