miércoles, abril 14, 2010

Sombra de una sombra

“Entonces entré en casa y escribí: Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía”. (Molloy, p. 228).
“La lluvia azota los cristales, donde se refleja su sombra, que es sombra a su vez de otra sombra. Porque en esa casa inventada él es un ex editor a la espera de encontrar al hombre que fue antes de crearse –con los libros que publicó y con la vida de catálogo que llevó- una personalidad falsa”. (Dublinesca, p. 178).
“Ya en casa, la lluvia azota los cristales. Es como si hubiera ido a parar a la casa inventada de antes, sólo que es su casa de verdad, por suerte”. (Dublinesca, p. 182).
Afirmar acá que esta vez la casa es de verdad -y por lo tanto también son verdaderos los cristales sobre los que la lluvia deja caer su azote- equivale a negar allá que es medianoche y llueve. Está escrito, nada más. Pruebas no hay.
Colmo de males: en la página 180 recuerda Riba haberle oído perorar a Onetti en contra de los que tienen fe, fe en cualquier cosa, “a finales de los setenta en el Instituto Francés de Barcelona”, pero a leer reconozco las palabras de Medina en alguna de las primeras páginas de Dejemos hablar al viento. ¿Dijo Onetti o hizo decir a Medina?
Pruebas no hay.
Llueve en Buenos Aires, ayer de manera hiposa, hoy decidida. La lluvia no azota los cristales, lagrimea sobre ellos, por falta de transversalidad para el golpe. Y mi viejo par de botas negras, como cierta losa, no protege totalmente de la lluvia.

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