miércoles, noviembre 22, 2006

Los nombres

Probablemente más tarde me pregunte para qué habré contado semejante cosa, qué manía de exhibir así mi estupidez, dejarla acá tirada, tiritando en la pantalla mientras me olvido de ella y me voy a duchar, para que cualquiera que pase la mire y se ría. Pero no quiero pensar mucho si subo esto o aquello porque después pasa como ayer que el día corre mientras vacilo y el té se enfría. Escribir, escribo todos los días, más o menos, en el cuaderno Gloria de tapas naranjas -donde ya no queda lugar para amontonar más palabras-, en los márgenes de los libros -en este caso, a veces, lo que escribo no se relaciona con el soporte, me acuerdo de estar en un café y describir los gestos de una pareja de una mesa cercana en los espacios que Bolaño o más bien sus editores habían dejado libres-, en cualquier papel, bah, que después tiro, aunque en un momento me haya sido tan necesario, tan natural extremidad, dedo de mis dedos. También acá, claro, en esta cara luminosa que me mira. Pero subir, dar a leer, es otra cosa. Ahora me desperté y pensé qué confusión hago con los nombres y se me ocurrió contar eso mientras me despabilo. Dije hace poco que me había gustado Las palmeras salvajes de Foucault, y bien podía disculparme la hora tardía o el acohol ingerido, pero en las épocas de Facultad, no sé qué disculpas me habré buscado cuando me di cuenta de que había escrito en la carátula de la monografía de Literatura Española II (Siglo de Oro) “Profesora: Teresa Parodi”, Teresa, ¿ven?, en vez de Alicia. Y ahora saco de la biblioteca Un kilo de oro y busco el cuento “Nota al pie”, uno de mis preferidos de Walsh, para leer el nombre del muerto, León De Sanctis. Desde hace como 40 años el muerto, el de la nota al pie, se llama así. Pero el mismo día que entregué el trabajo sobre Walsh en el seminario de Piglia corrí a comprobar lo que temía: sí, había escrito, cada vez, en lugar de León de Sanctis, León Bloy.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

No es para avergonzarte, Marisa.

Anónimo dijo...

Freud adoraria conocerte. :)

Anónimo dijo...

Lo malo no es macanear sino, ya descubiertos, no tener con qué defendernos.

Una de las materias que adeudo tiene un profesor con todas las respuestas. Su método es sencillo: eso que no sabés, bueno, me lo decís en la próxima. Así se da que, trancada en un mismo punto por tres o cuatro exámenes, una compañera se fastidia y lleva el libro para mostrarle el libro de Teresa Parodi contenía una versión diversa de la que a él le gustaba oír y a esas alturas ya nadie podía adivinar.

-Ah, está bien, lo que pasa es que este autor, personalmente, opina todo lo contrario.

Anónimo dijo...

Pero ahí hay también una tiranía de la lógica del informe académico, mi estimada. Los errores de atribución, imperdonables quizás en el marco del ejercicio académico, tienen en otros ejercicios su lógica y pueden resultar productivos...

En todo caso, casi desespero por leer Las Palmeras Salvajes de Foucault... me pregunto cómo hubiera trabajado Foucault lo de "entre la pena y la nada..."

Anónimo dijo...

Si las palmeras salvajes fuera de Foucault el pelado diría que en realidad las palmeras no son salvajes, que el salvajismo no está en las palmeras sino que es ilocalizable y centrífugo y que anda suelto por ahí. Por ejemplo: para mí el salvajismo mayor es uno que anda suelto por la calle y que preferiría que lo inconsciente no exista. Uno que pretenda que sabemos lo que decimos todo el tiempo. No hay nada peor que vivir sin admitir un miedo irracional, algún deseo de matar, el aborrecimiento por un autor que quizás deberíamos admirar, la idea trasnochada de que una profesora se ponga a cantar en medio de la clase... No hay peor pensamiento que el que dice que el deseo (o las ganas, ya que deseo a Daniela no le gusta) debería ser sometido a alguna especie de control tranquilizador.

Vero dijo...

Pero si yo no macaneo, quiero decir, no es a propósito, soy boba natural. Es que estaba leyendo a León Bloy por esa época y se me metió en el medio. No me defiendo, me doy cuenta y me muero de risa, incluso adelante de los profesores suelto la carcajada. Por ahí ésa es mi defensa. De tan tonta caigo simpática. Te digo que en los dos laburos me pusieron buena nota. Me encantó tu agnedota, qué cerrados son los profesores a veces.
Foucault hubiera elegido la nada en vez de la pena, Pablo, seguro.
No sé cómo llegaste de Las palmeras salvajes hasta ahí, Carlos, pero me gustó muchísimo, gracias.