miércoles, noviembre 29, 2006
Pasado pisado
domingo, noviembre 26, 2006
Physical
Leo en la Rolling una nota sobre You Tube. Dejo la revista y vengo a hurgar, buscando lo que vi ayer, un recital de Zep en Seattle, 1977. Me acuerdo de “Ten years gone” y apunto. Encuentro algo del ’79. Ni Bonham ni Page están hoy en el nivel de ayer. Plant está más afinado, eso sí. Pero no compensa, ayer Bonham me molió a palos. Acá se entibió. Hay que ver que el sonido del videíto no es muy bueno. Tengo que aprender a subir videos. Mientras tanto, quiero decir, mientras dure mi ignorancia en esos menesteres, si quieren, pueden ver éste. Yo los dejo, me voy, ya, a ver el otro de nuevo. A esperar la paliza de la batería. ¿Se entiende por qué es mi banda preferida? Una caricia, una sacudida. ¿Sienten?
viernes, noviembre 24, 2006
Nubosidad variable
miércoles, noviembre 22, 2006
Lo que K. nombra
756
Los nombres
Probablemente más tarde me pregunte para qué habré contado semejante cosa, qué manía de exhibir así mi estupidez, dejarla acá tirada, tiritando en la pantalla mientras me olvido de ella y me voy a duchar, para que cualquiera que pase la mire y se ría. Pero no quiero pensar mucho si subo esto o aquello porque después pasa como ayer que el día corre mientras vacilo y el té se enfría. Escribir, escribo todos los días, más o menos, en el cuaderno Gloria de tapas naranjas -donde ya no queda lugar para amontonar más palabras-, en los márgenes de los libros -en este caso, a veces, lo que escribo no se relaciona con el soporte, me acuerdo de estar en un café y describir los gestos de una pareja de una mesa cercana en los espacios que Bolaño o más bien sus editores habían dejado libres-, en cualquier papel, bah, que después tiro, aunque en un momento me haya sido tan necesario, tan natural extremidad, dedo de mis dedos. También acá, claro, en esta cara luminosa que me mira. Pero subir, dar a leer, es otra cosa. Ahora me desperté y pensé qué confusión hago con los nombres y se me ocurrió contar eso mientras me despabilo. Dije hace poco que me había gustado Las palmeras salvajes de Foucault, y bien podía disculparme la hora tardía o el acohol ingerido, pero en las épocas de Facultad, no sé qué disculpas me habré buscado cuando me di cuenta de que había escrito en la carátula de la monografía de Literatura Española II (Siglo de Oro) “Profesora: Teresa Parodi”, Teresa, ¿ven?, en vez de Alicia. Y ahora saco de la biblioteca Un kilo de oro y busco el cuento “Nota al pie”, uno de mis preferidos de Walsh, para leer el nombre del muerto, León De Sanctis. Desde hace como 40 años el muerto, el de la nota al pie, se llama así. Pero el mismo día que entregué el trabajo sobre Walsh en el seminario de Piglia corrí a comprobar lo que temía: sí, había escrito, cada vez, en lugar de León de Sanctis, León Bloy.
Modos de leer
Leo un poema. El tiempo no se detiene, está ahí, abajo a la derecha, acechando. Primero me desplazo rápido, sabiendo que dejo delicias sin probar en el camino. Busco ver adónde apuntan todos esos signos. Encuentro el centro, pero para eso tengo que llegar al final. En el reloj pasó un minuto. Vuelvo y me sumerjo. Esta vez casi puedo escuchar cómo el tiempo se deshace alrededor. Se desprende del reloj como si le pesara, se multiplica en fragmentos, se bifurca, le salen brazos por todos lados. En la primera lectura las palabras abrieron un pozo y me dejé ir por la pendiente. Vuelvo a leer: las paredes del pozo se ensanchan. En el primer verso me enciendo, en el segundo temo y me agazapo, en el tercero mi mirada recorre la distancia imposible: de mis ojos al cielo, mucho más allá de la ventana. Y así hasta el final. Mientras me paseo por el poema, agarrando cada palabra y haciéndola rodar para ver cómo suena, cómo brilla, el tiempo está hecho de cosas como éstas: este segundo quema, este otro tiembla, éste me marea.
lunes, noviembre 20, 2006
Suprimido
Calasso
Además: qué daría por un cuchillo de obsidiana.
jueves, noviembre 09, 2006
Pasajes
Hace una hora, más o menos, mientras me dejaba izar por la escalera mecánica, iba leyendo: “…una secuela de la agresión. Con el tiempo el propio organismo sabrá cómo reponerse, y yo, el espectro que lo habita, volveré a ser el mismo de siempre”. El papel se agrisó. Faltaba algún tubo fluorescente. En la semioscuridad entrecerré los ojos y se perfilaron las palabras: yo, el espectro que lo habita. Enseguida la luz de la mañana le devolvió la blancura al papel y la definición a las letras impresas. Volví a leer: el mismo de siempre. ¿Cómo es posible que cosas como ésta me conmuevan?