lunes, agosto 22, 2011
Viaje por la llanura
Para callar
En una entrevista que Charles Juliet le hizo a Beckett en 1975 encuentro: “La escritura me ha llevado al silencio”. Y después de una pausa: “Sin embargo, tengo que continuar”.
martes, agosto 02, 2011
No se puede vivir sin…
En la última página de Bajo el volcán encuentro, además de la otra, aséptica, que alerta sobre los cuidados del jardín mientras la gente muere (de sucia manera), la frase que acechaba al cónsul en la puerta de Laruelle: “No se puede vivir sin amar”. Lo cual explicaría todo (dice el cónsul). ¡Pan, desdentados! Porque el amor de Yvonne el cónsul no puede tomarlo. No puede beberlo. El garguero ocupado en… lo que lo ahoga, que no es alcohol. Si hasta parece que el mezcal abriese canales para respirar. Cartas de amor, no faltan. Pero se desarman las palabras. No es que se desmoronen: pierden sus armas, la sal (de la tierra) con la que venían. Lúcido ojo del bebido, escarcha: “¿Habría estado leyendo Yvonne las cartas de Abelardo y Eloísa?” Y un poco después: “sin duda Yvonne había estado leyendo algo”. La bolsa de libros o la vida. “¿La nena se ha comido todo su Spinoza?”, le dice Fitzgerald en El Crack-Up a la mujer que le sugiere, no, le impone, una descripción para su grieta. La cosa es: el amor del cónsul no alcanza a Yvonne, al otro lado del abismo. Y no es que el cónsul no haya llorado ante la virgen de los que no tienen a nadie, implorando (“con el corazón turbio y palpitante”) que la trajese de vuelta. Ésas fueron sus cartas, hasta que se le rompió el corazón. Tampoco ella leyó.
“¿En qué lugar lejano seguimos caminando asidos de la mano?”