Siempre es musical Bernhard, una musicalidad interpretada por Sáenz, como ya se dijo por acá, pero ciertos pasajes se tornan sinfónicos en el oído más interno. Leo en
Helada el fragmento titulado “En el asilo”, un apartado, lo escucho, después lo repaso y pronuncio, usando diferentes entonaciones: lo pongo a prueba. Subdivido el fragmento en unidades distinguibles por su intensidad: una introducción ardorosa, en la que el pintor habla con el estudiante, lo apedrea con sus opiniones acerca de la vejez (“Los viejos son los ladrones de cadáveres de los jóvenes”); la descripción de cualquier día de visita del pintor a un asilo de ancianos; el relato de un suceso particular, en el asilo: un hombre inmóvil parece muerto hasta que el cuerpo confirma esa apariencia cuando cae; hacia el final el pintor dibuja con el bastón un esquema sobre el suelo nevado para volver sobre el tema ya expuesto, cierra con una nota grave y desaparece “en una de las muchas hondonadas”. Copio el instante de mayor tensión (y espero que este ejemplo explique mejor que mis palabras de qué hablo): “el hombre está detrás de la Superiora y pienso, la realidad es que ese hombre está muerto, me digo a mí mismo, me pregunto, ese hombre debe de estar muerto, tiene el aspecto de un hombre muerto, viejo y muerto, pienso, cómo puede ser que en todo el tiempo no lo haya visto, no haya visto a ese hombre muerto, ahí está estirado, con sus piernas delgadas y duras, como metidas en las fauces de la eternidad; me digo: ¡pero si no puede haber un muerto aquí! ¡No aquí! ¡No ahora!”.