A todos mis coinquilinos. Poseo cinco fusiles de juguete. Están colgados en mi armario, uno en cada gancho. El primero me pertenece, por los demás puede presentarse cualquiera. Si se presentan más de cuatro personas, aquellas de más deberán traer sus fusiles personales y depositarlos en mi armario. Es necesaria la unidad de acción, sin la cual no se adelanta. Por otra parte, mis fusiles son completamente inservibles para cualquier otro uso, el mecanismo está deteriorado, el corcho se soltó, sólo los caños disparan ahora. De manera que no será difícil llegar a conseguir otros fusiles como los míos. Pero, en realidad, en los primeros tiempos sirven también personas sin fusiles. Nosotros, que estamos armados, formaremos en el momento decisivo una barrera en torno de los inermes. Método que dio buenos resultados en las luchas de los primeros colonos norteamericanos contra los pieles rojas. ¿Por qué no habría de funcionar también aquí, donde la situación es análoga? Por consiguiente, a la larga, se podría hasta renunciar a los fusiles y hasta los cinco de mi propiedad no son absolutamente indispensables, y se usarán solamente ya que están. Si ustedes no quieren, sin embargo, armarse con los otros cuatro, dejen, no más. Quiere decir que sólo yo llevaré uno, en calidad de jefe. Pero nosotros no debemos tener un jefe, de manera que también yo romperé o abandonaré mi fusil.
Franz Kafka, Cuadernos en octava