El espejo, muchos, captándole las facciones; todos le reflejan el rostro, y usted cree que posee un aspecto propio y prácticamente sin cambios, del cual le dan una imagen fiel. Pero, ¿qué espejo? Los hay “buenos” y “malos”, los que favorecen y los que afean; y los que son apenas honestos, cómo no. ¿Dónde situar el nivel y el punto de esa honestidad y fidelidad? ¿Cómo es que usted, yo, los otros prójimos, somos, en lo que se refiere a lo visible? Usted dirá: las fotografías lo comprueban. Respondo que, además de que prevalecer para las lentes de las máquinas objeciones análogas, sus resultados apoyan antes que desmienten mi tesis, ya que se superponen a los datos iconográficos índices de lo misterioso. Aun sacados de inmediato uno después de otro, los retratos siempre serán entre sí muy diferentes. Si nunca prestó atención a eso, es porque vivimos, de modo incorregible, distraídos de las cosas más importantes.
João Guimarães Rosa, “El espejo”