jueves, mayo 31, 2007
Notas sobre La pianista
Hace unas horas leí el último tercio de La pianista, donde se desata lo que se venía cociendo. Algunas anotaciones rápidas, sobre la lectura fresquísima: me costó acostumbrarme al uso constante del tiempo presente (hasta en los flashbacks), al fraseo corto. Como si hubiera que leer entre sobresaltos. Es cuestión de dejarse llevar. Me fascinaron algunas imágenes poéticas, me molestó la insistencia para dejar en claro que el sexo de Erika es frío, insensible y cerrado como una piedra, algo que se reafirma cada vez que aparece un nuevo estímulo. La novela parece una fábula sobre el poder. La madre ejerce su poder sobre la hija, hasta que la hija se vuelve y la devora, más o menos literalmente, en la cama conyugal. Erika domina a Klemmer, aunque en superficie parezca lo contrario. Me fascinó verla desplegar su voluntad hasta en el sometimiento. El chico se espanta de tanta fuerza. A él que está acostumbrado a las aguas turbulentas esta mujer le da vértigo. No puedo pensarla como víctima si considero el sadismo de la escena del baño. Y lo que medita Erika al escribir la carta, esa carta que solamente se deja ver entre líneas al lector: “Mientras mayor poder tenga sobre ella, tanto más quedará sometido a su propio arbitrio. Klemmer será su esclavo […] y él creerá que es su amo”. Cuando él la lee, piensa “o sea que, aun siendo su amo, ¿se le escapará y jamás llegará a dominarla?”. El masoquismo subvertido. Enfurecido, Klemmer lastima. Casi sobre el final, se puede leer, como una acusación o un pedido de abrir los ojos: “El mundo, que no está herido, no se detiene”.
Mujeres crueles
El segundo tipo de crueldad, fruto de la suprema sensibilidad de los órganos, sólo es experimentada por seres extremadamente delicados, y los excesos a los que ella les conduce no son sino refinamientos de su delicadeza […]. Ahora bien, es a este segundo género de crueldad al que por lo general se inclinan las mujeres. Estudiadlos bien, y determinaréis si acaso no es el exceso de sensibilidad lo que las conduce a ello. Veréis si no es la intensa actividad de su imaginación, la fuerza de su espíritu, lo que las vuelve depravadas y feroces; también todas suelen ser encantadoras.
Marqués de Sade, Filosofía en el tocador
miércoles, mayo 30, 2007
Leído hoy
Lo que designa a la pasión es un halo de muerte.
sábado, mayo 26, 2007
Donde se explica al menos en parte el porqué de la tardanza en leer libros completos
Me levanto, es casi mediodía, preparo el mate, lo llevo a la cama. Mar mira la tele, tenis. Cebo. Las pepas están duras. El membrillo, chicloso. Como tres y abandono. Pienso en lo que hablaba con Leandro y leo otra vez lo que Benjamin apunta sobre Kafka. Es decir, primero recuerdo a Calasso sobre Benjamin sobre Kafka, en Las ruinas de Kasch, “Kafka entre el Tao y
Agarro Contra la interpretación y leo (releo) el ensayo del mismo título. Es brillante y tiene 40 años. Ayer dije abajo los exégetas pensando en esto. Termina así: “En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte”. Puedo dejarle eso a Pablo, como se dejan flores. En agradecimiento por hacerme pensar, diría la tarjeta.
Escribo ahora que Marce duerme. Tose de a ratos. Trato de decidir si voy a subir algo de esto. No todo, demasiado caótico. La frase de Benjamin, por ejemplo, pelada. No. Dios mío, soy insoportable, siempre rondando a los mismos autores, acechándolos. Una fetichista, soy. ¿Quién puede gustar de leer esto? No voy a subir nada, nada de esto al blog. Debería estar siguiendo las vicisitudes de Erika. Pero ya son las dos. Si no vamos ahora al súper, no vamos a tener nada para comer cuando nos dé hambre.
martes, mayo 22, 2007
El desencanto
Y ahora, leyendo en casa esto de Onetti sobre Céline, sobre Robinson, recuerdo, como si entreviese una figura fuera de foco, agitándose bastante más atrás de lo que leo, qué es lo que me atrajo de Asfixia, de Palahniuk. Esa mirada desencantada sobre el mundo y los hombres. El detalle de la miseria humana. Eso. El final me gustó y más todavía, un poco antes, la aspereza de esos días, esas páginas, en que Victor se está muriendo porque la mierda lo desborda y se está dejando morir, como si no valiese la pena el esfuerzo de salvarse.
miércoles, mayo 16, 2007
Burning down the house
Esos ficheros llenos de personas
jueves, mayo 03, 2007
Recurrencia
A la madrugada, antes de que aclare, quizás me despierte, corra la cortina y veaNo es ni cerca uno de los mejores pasajes del libro y así y todo me estaquea. Enseguida me acuerdo de lo que decía hace unos días de Di Benedetto, de Quiroga -este pensar diaspórico. Más atrás, a Kafka diciendo “grande y pueril como la literatura”. Si la muerte es el tema, si se escribe para ahuyentarla -Aliano escribe un diario para extender el tiempo de vida que la Mota comprime-, ahí está la razón para que sea grande y pueril a la vez.
lo que siempre está ahí:
la muerte, un día entero más cerca,
proponiéndome adivinar cómo, dónde
y cuándo voy a morirme.
pregunta más estéril no conozco; y sin embargo, como un
relámpago, el miedo a morir y estar muerto obnubila y aterra.
martes, mayo 01, 2007
Feriado
Releo Fin de partida. Releo otras cosas de Beckett que tengo en casa. Busco en Internet (pongo en el Google “beckett textos para nada”) lo primero que leí de él, hace años, una página o dos, en un apunte de
Karina
Vi el domingo, cuando iba para el centro, un afiche con una foto de Karina Jelinek. El otro día dije Jelinek y alguien dijo Karina, así que me paré a mirar. Posaba con esa admirable torsión de cintura de las modelos cuando muestran la cara y el culo simultáneamente. La cara le quedaba bastante chica, en comparación. Las mejillas hundidas en la base se elevaban y formaban vértices debajo de los ojos: una cara esquimal. La boca inflamada o vertida, no sé; como si sacase músculo, eso. Muy linda, confirmo.
Film de partida
Él cierra una puerta, primero despacio, después no. Abre, ahora. En la sala oscura entra la luz del pasillo por la puerta donde se recorta su negra silueta. Golpes. ¿Cómo? Metálicos. Una lámpara alumbra a una mujer que come lentamente una banana. Se aceleran los golpes, parece que algo va a pasar y no, vuelven a espaciarse (como esto, todo, pienso, todo Beckett). El de sombrero tiene un tapado y entra ídem con el ídem. Después se tapa con un cartón. Se arrastra por el piso de madera (“como un insecto”, me va a decir después Laura, mientras nos tomamos una lágrima, una cada una, se entiende). Como siempre, me fijo en detalles triviales: el cartón dice “FRÁGIL, NO PISAR” y también “ESTE LADO ARRIBA”. El primer sonido humano es un grito. Vuelan multitud de papeles de donde se supone que está acurrucado él, basura varia. La mujer de al lado mío, la que no es Laura, dice: “Es interactivo”. Después, cuando se rompe un vidrio, murmura temerosa: “Ayayayay”. Me río sin ruido. Cuatro rodean al primero con una tela negra, lo cubren (lo cazan). Cubierto, él expele la primer frase (la voz amable alarma): “¿Me podrían llevar al centro, por favor?”. Y esta otra: “Estoy eventualmente sin poder ver, ¿me podrían llevar al centro?”. Alguien lo lleva y lo tira en un rincón. Él maldice por lo bajo. Pide. Lo llevan. Tono agradecido en el murmullo. Pide el perro (pide “mi perro”). Uno llega con un muñeco de tres patas. “Es un bambi”, dice la mujer de al lado. Que el muñeco sea un bambi parece escandalizarla. Alguien lo parte en dos. El de la tela gime. Las mujeres lo consuelan. Se deshace de la tela y persigue su reflejo en un espejo que le ponen enfrente. Cuando queda solo la mujer que tengo al lado se hidrata con H2O haciendo glu glu glu. Uno barre, él deshoja una libreta como si fuese una flor. El otro ordena unas sillas, él se las desordena cada vez con más énfasis, hasta que saltan pedazos de plástico de las sillas que golpean contra las paredes. Gran espanto de la mujer. Despliega el programa como buscando una explicación o un pedido de disculpas. La escucho decir “a ver cuánto tiempo dura”. Dos se persiguen. Forcejean. Se rompen cosas, caen trozos cerca. (Pasa más pero anoto menos). Todo se apaga. Se escucha: “Hasta que al final el día llegó. Al fin llegó. Al final de un largo día. Cuando ella se dijo a sí misma: hay que parar”. Antes de que termine, entra otra voz, después otra. Canon. No hay fin, entonces. Sin embargo, los actores saludan.
La obra se llama Hecho para la ocasión, es de Maximiliano de