El otro día hablaba con un amigo del cuento “Pez” de Di Benedetto, le decía que me recordaba a Quiroga. Después busqué en la biblioteca. Hay en “El hombre muerto”, de Los desterrados, similar detenimiento en la descripción del entorno mientras al hombre se le va terminando el aliento. No hablo del que agoniza, a quien una herida de machete deja inmóvil e impedido de buscar ayuda, sino del que cuenta. Nombrando lo mínimo patea hacia delante lo máximo, por apilamiento de palabras. Algo de eso se puede ver también, no tan claro por la escasez de líneas, en “A la deriva”, de Cuentos de amor, de locura y de muerte. Al gusto que le encuentro a la lectura le sigue el troceado y el desmenuzamiento: qué inmoviliza al narrador, qué lo demora, si el autor se refleja en el narrador, si hay una duplicación en la ficción de lo que sucede con la literatura. Porque se escribe para ahuyentar la muerte. No lo digo yo, lo dicen otros, muchos -Cohen, sin ir más allá de mi bolso-, ellos proponen y yo consiento, en todo caso, ante lo apabullante de la prueba.
lunes, abril 23, 2007
Sábado de feria
El sábado tuve que ir a trabajar. No quería, pero tuve, y esa contrariedad me endureció el trapecio. Para desquitarme, ya que estaba en el centro -para mí, que vivo en el borde oeste de
domingo, abril 15, 2007
Nota al pie de la otra
No queda nada bien el verbo prorrumpir para un cuchillo, no calza, como si lo hubiese querido meter, al cuchillo, en una vaina equivocada. Habría sido mucho mejor que irrumpiese, la i le habría dado la entrada al resto tumultuoso (rr resonante, mp implosivo) como la aguda punta a la hoja, en el pecho. Es más factible, por ejemplo, que el sonido prorrumpa, quizás porque en vez de entrar, sale, surge de otra cosa y se expande. Incluso en cuanto a esto último el cuchillo sólo tiene el alcance que le da el metal que lleva, el mango lo limita pero ante todo la solidez.