sábado, noviembre 05, 2005

Palomas

Mi gato come palomas. Una vez mamá barrió mi pieza y salió de abajo de la cama una cabecita de paloma, rodando como una pelotita, como si fuera uno de mis juguetes. Por ahí, pienso, era un juguete del gato. Eso no sería raro, los gatos juegan mucho. También juega con la lana de la abuela. Yo le tiro el ovillo y él corre atrás y hace paf paf con las garras, se enreda solo. ¡Qué tonto! Así jugaría él con la paloma. Una vez lo vi jugando con una laucha. La dejaba correr un poco y ponía la pata en la cola de la laucha, que se desesperaba raspando el piso con las patitas. Papá me dijo que era un homenaje que nos hacía a nosotros, para mostrarnos qué buen cazador que es. No sé qué es un homenaje pero creo que quiso decir que el gato nos estaba haciendo un chiste. Él piensa que es más vivo que nosotros, las personas, de eso estoy segura. A mí me gustaría ser él a veces, cuando salgo temprano para el cole y él se queda durmiendo en el sillón. Abre un poco los ojos, se le ven apenas esas rayitas amarillas y se ríe. ¡Sí, se ríe! La boca se le tuerce así para arriba. Yo sé que me está haciendo burla, un homenaje, como dice papá.
El otro día miraba a mi gato y me imaginaba cómo sería abrir el pechito de las palomas y que nadie se preocupara ni hiciera lío por eso. Pero no por gusto, no para jugar ni para comer, sino para ver. Para saber cómo son las tripitas de las palomas, si se pueden separar y unir las venitas, si la sangre vuelve a correr. También pensé muchas veces cómo sería ponerle a un pájaro el corazón de otro, y cosas así.
El trabajo de papá es escribir cuentos. A veces me cuenta alguno. Todos mis amigas creen lo que su papá les dice, pero yo lo tengo que mirar un rato largo para darme cuenta si lo que dice es de verdad. Me gusta que me lea, pero a mí no me gusta leer, me canso, ¡es tan aburrido! Prefiero jugar.
Antes de que me enferme, mi hermana y yo nos pasábamos todas las tardes arreglando la casita que hicimos en el árbol. Habíamos hecho una en el jardín, pero mamá nos llamaba a cada rato para que vayamos a ordenar la pieza, hacer la tarea, un montón de cosas, así que yo busqué un árbol que no se viera desde mi casa. Estaba en un lugar secreto, al que decíamos Bosque Azul.
Hasta le hicimos una bandera y todo. La pintamos en una sábana que mamá había tirado, que sacamos del tacho. La mitad de la bandera la pintó Lidia, un león, y la otra mitad yo, un tigre. El león parece más lindo por la melena, pero yo vi en la tele los documentales y es más pesado, está siempre cansado. El tigre se mueve, no sé, todos tendríamos que movernos así como el tigre, parece que baila.
Ahora que lo pienso, nunca vi al gato cazar palomas. Sé que lo hace por lo de la cabecita que ya conté y porque a veces entra a casa lleno de plumas. Se hace el que no pasa nada y se limpia las plumas despacito. Mis papás no le dicen nada.
El sábado con Lidia llevamos a la casa del árbol un pichón de paloma. Lo habíamos encontrado justo debajo de nuestro árbol. Era muy chiquito, debía ser eso que le dicen torcacita. Tenía el pico grandísimo comparado con la cabeza. Le dimos pan con leche, como vimos que hace la abuela a veces con los pollos.
Ayer fue domingo. Los domingos todos duermen la siesta en casa. Nosotras hacíamos que dormíamos para que no sospechen. Nadie se dio cuenta cuando salimos. Llevamos el alcohol y las gasas. Hicimos así: agarramos las cosas del botiquín y salimos por la ventana del baño, para no hacer tanto ruido. El pájaro respiraba rápido, pero tenía los ojos cerrados y como arrugados. Limpié la gillette con el alcohol. Mi hermana mientras tanto refregaba una gasa en el pechito y el cuello de la paloma. Un rato nos miramos, estábamos tan nerviosas y contentas, no sé cómo decirlo. Empecé por la panza, porque pensé que si cortaba primero cerca del cuello se me iba a desangrar muy rápido. La paloma, que estaba quieta, empezó a revolverse, pero después se fue calmando.
Corté la parte más gorda de la paloma con la gillette. No sé qué tubitos esperaba encontrar. Pero todos tenían el mismo color rojo y era difícil elegir cuáles había que separar y cuáles había que juntar para que siguiera viviendo. Todos se teñían cada vez más con la sangre. Yo creía que las palomas eran todas rosadas, como mis muñecas (alguna vez voy a contar la historia de cómo corté a mis muñecas, de sus huecos, el mismo color rosado por todas partes, cada pedacito que partía con el cúter, yo cortaba más porque pensaba que abajo había otra cosa, pero ésta es la historia de la paloma, mi papá siempre dice que me disperso mucho y por eso no sé contar bien).
Después de un momento, el cuerpito tibio dejó de latir. Me acerqué el dedo empapado y probé la sangre. Mi hermana puso una cara rara y se bajó el árbol. Ya no quería seguir jugando. La sangre de la paloma tenía un gusto como a clavos, pero así y todo era dulce, en el fondo. Entonces, mi gato hizo lo que nunca había hecho: trepó por el árbol (que no le costó nada, lo hizo mucho más rápido que nosotras) y se acercó con la cabeza un poco agachada, como metiéndola entre los hombros, despacio. Ya no tenía caso tener cuidado, así que abrí más el tajo. El gato se rió otra vez.
No me acuerdo qué pasó después, me dijeron que me había caído del árbol, que no podíamos jugar más ahí porque era muy alto. Seguro que Lidia les dijo dónde estaba el Bosque Azul. Ahora no está, cuando vuelva la voy a agarrar.
Hoy no fui al cole. Estoy en cama. Le pedí a mami un cuaderno para escribir las cosas que pienso o que me pasan, aunque no me pasa nada. Mi mamá dijo que el gato había cazado otra paloma y había dejado la cabeza en el árbol donde nosotras jugábamos, una cabeza de torcacita.

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